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El Cósmico Desafio a La Vida [TEXTO] de Luís Ortiz Macedo

Título: El Cósmico Desafio a La Vida

Autor: Luís Ortiz Macedo

Año: 2000

Texto para la exposición Animas y Perros en Templo Mayor

EL COSMICO DESAFIO A LA VIDA

“La belleza, en efecto, es la cualidad que atribuimos a las cosas visibles, cuando las sentimos capaces de exaltar el sentimiento de la vida” Bernard Berenson

La cualidad de exaltar el sentimiento de la vida en el seno de las Artes Plásticas, resulta o nace de una armonía perfecta de la forma la cual viene a ser el conjunto de los valores táctiles y del movimiento. Esta definición, como fácilmente puede percibirse es incompleta; pero, recurriendo a otros pasajes de Berenson, podremos llegar a perfilarla con el rigor debido en todos sus matices.

El placer artístico -dice en otro sitio- es de una manera exclusiva aquel placer consciente que procuran o producen, no ya las cosas por sí mismas y las imágenes de estas cosas si no las obras de arte que contienen belleza, y este, cualesquiera que fueren los elementos que entren en la composición, por estar constituida por una combinación afortunada de la forma, del movimiento y del espacio.

   Rodin reveló por primera vez los dos grandes secretos de la escultura figurativa: el modelado y el movimiento; nos enseñó que no hay rasgos si no volúmenes, que el cuerpo se compone de protuberancias en donde afloran por doquier, bajo la piel, músculos y huesos, no superficies planas. En función de esto las formas no se deben modelas en extensión ni en contorno hay que captarlas en profundidad; así concebida la escultura se abre de adentro hacia afuera.

   Nos revela también el segundo secreto de la escultura: el movimiento de un personaje se obtiene por el tránsito gradual de las diferentes partes de la escultura, y el escultor tiene que captarlas en momentos sucesivos. El movimiento, según el escultor, modifica y desfigura las formas; como la rueda que al girar ya no es redonda ni tiene ejes; el movimiento devora la anatomía al alargarla o encogerla, y trastorna el equilibrio.

Adriana García, periodista cultural, escribió con referencia a la exposición “Singularidades” sobre el escultor Sergio Peraza lo siguiente:

“Está siempre en búsqueda constante, su naturaleza no le permite encasillarse a la rigidez de ciertas técnicas, que luego de aprendidas logra transformarlas”. La inquietud del escultor, reside en su juventud, pero si ponemos la atención en dos facetas emprendidas durante los últimos años por el artista, nos daremos cabal cuenta que está ingresando en la decantación de su estilo y quisiéramos verlo en el próximo periodo de su producción, ya apartado del canto insinuante de las sirenas para poder llegar a puerto seguro.

   La primera de las que yo llamo facetas, vienen a hacer los retratos o bustos de una galería que piensa realizar sobre los más ilustres intelectuales y artistas nuestros, en los que el autor se revela como uno de los más ilustres y aptos retratistas de México.

   Por lo que respecta a la segunda faceta — al tiempo que trabajó como ayudante en la realización del mural del Tecnológico de Monterrey Campus Ciudad de México del maestro Raúl Anguiano, descubrió al fino Xolo perteneciente al matrimonio Anguiano y comenzó a desarrollar una serie de actitudes posicionales de aquél que fue motivo escultórico más importante de las tumbas de Colima en la época prehispánica. Ningún escultor contemporáneo que yo sepa, ha desarrollado tan festivo y apasionante tema y celebro que el joven Sergio lo haya descubierto, pues es el único tema escultórico desincorporado de todo simbolismo religioso que está presente en la estatuaria que logró producir el arte indígena anterior a la conquista. Para mejor observarlo los criadores Rivera/Cortés, le obsequiaron el precioso perrito que se llama “Glifo” que a partir de entonces siempre lo acompaña.

   Este perro llamado por nuestros antepasados itzcuintli y por los científicos el canis mexicanus, era un ser de altos méritos; un perro perfecto que no ladraba era comestible y, por encima de todo, tenía un atrayente sentido del humor y aunque gracias a una de esas misteriosas hazañas de la biología moderna el canis mexicanus parece haber resucitado de su extinción; esté regresó revivido de acuerdo a la inmortalidad que al itzcuintli le dio el arte prehispánico. Podríamos sugerir que el bellísimo ejemplar del perro del matrimonio Anguiano y el de Peraza es el xoloitzcuintli, tanto por su esbeltez como por su diferente proporción e relación al tlachichi.

   Con particular intuición, Paul Westheim nos dice los que los habitantes de Colima “van desarrollando una artesanía de expresividad tan vigorosa en el sentido de una sensibilidad estilística propia y muy marcada; están empeñados en mostrar al hombre o al animal en toda su movilidad; torsiones, vueltas, intersecciones del cuerpo es lo que tratan de captar. Procuran crear “dinámica”. Dentro de sus creaciones no encontraremos jamás el menos atisbo a la forma concebida como bloque hermético y cerrado dentro de sus propios límites, como sucede en la estatuaria de otras culturas prehispánicas. Su primordial obsesión se manifiesta en el deseo por fijar lo que se lleva el instante, lo que arrastra el momento, creando así auténticos bocetos de movimiento, alejándose en dirección contraria a sus fundamentos arcaicos dando la espalda a los sentimientos religiosos, para poder fijar su verdadero objetivo: lo que les ofrece el día lo que alcanzan a percibir a través de los sentidos. Para el escultor colimense la vida es interesante, atractiva, no enigmática ni demoniaca.

   Los perros se mueven, palpitan y Sergio capta su movimiento y su jadeo, capta su atención y su ensimismamiento; capta su lasitud y su sueño. Se trata pues de un arte de observación, sí, pero también de simpatía casi de enamoramiento. No se trata de pura descripción científica de la exacta reproducción de los rasgos distintivos de esta tan singular especie; aquí el artista reproduce al perro como individuo, como personalidad, solo esa familiaridad y esa simpatía pueden explicar que la vitalidad, su simple felicidad, su sinceridad y ternura han conquistado un lugar de privilegio porque son únicos en nuestro arte, la primera contribución a la corriente de felicidad que es una mitad de nuestra estética, esa corriente poblada por ángeles barrocos y bailarines por juguetes populares y cromáticos,  subyacente en las frutas que punto Olga Costa, por el minucioso y salvaje edén que revivió Diego Rivera.

Toda una mitad del arte que equilibra la tragedia y tensión de la otra mitad. Una mitad que nos habla de un México cuya experiencia es ya no la de la dolorosa Coatlicue sino la del perro, saltando en el aire lanzando el cósmico desafío a la vida.

   Felicidades a Sergio Peraza, por haber encontrado ese valiosísimo antecedente histórico dentro de la estatuaria prehispánica.

Luis Ortiz Macedo

Doctor  en Arquitectura